¿Qué se pierde cuando una edificación, considerada patrimonio cultural, se convierte en ruinas? A esta pregunta la mayoría de las gentes, solamente tiene respuestas vagas, soportadas en sentimientos de lástima y pena. Es hora entonces de abrir el debate para poder llegar a unas conclusiones definitivas.
Empecemos definiendo qué es un edificio calificado patrimonio cultural. Omitiré el enunciado jurídico y me centraré en una posible definición ética, su principal característica es que en estos inmuebles se entretejen dos trascendentales aspectos: su hechura material y la historia de la cual fueron eje.
Toda construcción antigua en nuestra ciudad es un logro de una especial ingeniería, cuyas técnicas y parámetros están corriendo el inminente riesgo de perderse. Ese saber ancestral, enseñado a través de la oralidad, y no en libros, es frágil porque no cabe dentro de la dinámica de la construcción actual. ¿Cuánto se tardaron nuestros ancestros para aprender y consolidar esas técnicas? Todo ese proceso y logro cognoscitivo se perdería al desaparecer estas construcciones. Nunca podríamos reconstruir el desarrollo de nuestros avances de ingeniería, porque importantes eslabones de esa cadena los devoraría el olvido y en muchos casos la desidia. ¿Qué tan autóctonas son las técnicas de construcción nuestras? Sería imposible postular una respuesta ya que carecemos de información, esta se esfumó cuando el edificio antiguo le cedió el espacio a un parqueadero. De ahí que nuestro patrimonio, nuestro haber cultural decrece; y nos confirmamos como doblemente pobres. Una nación se compone de muchos aspectos: territorio, población, etc., la cultura es otro gran valor, sin ella no se constituye una nacionalidad. Vivimos en un país en pleno proceso para salir del subdesarrollo, y no nos podemos dar el lujo de perder exactamente el elemento que fortalecerá ese proceso; la riqueza verdadera se basa en lo humano. Unas cifras que ayudarán a entender la relación entre subdesarrollo y cultura: Europa asume el 51,8% de las exportaciones mundiales de bienes culturales; los EE.UU. el 25% y toda Latinoamérica solo el 3%. Mantener la cultura es un concepto básico de esta dinámica económica.
Al perderse un edificio de esta connotación, la historia, base de la tradición, la cual a la vez nutre la identidad, igualmente desaparece de la faz de la tierra.
Perdemos, con la desaparición de una casa vieja, los nexos entre nosotros y nuestra historia. Y está comprobado que el ser humano no resiste un alto monto de este tipo de ausencias. El patrimonio cultural es un bien colectivo, nos pertenece a todos sin distinción alguna; y su pérdida es grave porque trunca un sentimiento de arraigo y de identificación en el ciudadano. Calidad de vida, felicidad y bienestar, los causan, entre otros, una cultura fuerte, rica en patrimonio. ¿Cuántas páginas de nuestro libro de historia podemos arrancar y todavía jactarnos de conocerla? Lo que era un grueso volumen se está convirtiendo en un folleto de poca monta. Cada patrimonio cultural arquitectónico que se derrumba pone en tela de juicio al estado social de derecho proclamado por la Constitución del 91, ya que ésta enuncia la prioridad de los derechos humanos y uno de estos es aquel que garantiza la cultura.
Dejar perder un edificio antiguo pone en evidencia la inoperancia del gobierno, muestra una anarquía dentro del Estado. Toda la legitimidad del aparato estatal queda suspendida al no cumplir la leyes que protegen a estos testigos del pasado. Es culpable cada alcalde, cada secretario de despacho y cada concejal, que consiente el manejo torpe y por ende fatal del patrimonio cultural en su jurisdicción. Veamos con un ejemplo su trascendencia: cada niño que muere en Colombia de desnutrición es una afrenta a la sociedad. ¿Cuántos niños hay en Colombia? Tal vez 15 millones y ¿faltar 1 (uno) realmente es grave? Sí, porque el propósito de la ley es salvaguardar la vida de cada uno de ellos y no se estaría cumpliendo. (Fuera que la vida es sagrada y todos debemos estar comprometidos en su mantenimiento).
¿En Manizales qué se puede hacer para mantener vivo nuestro patrimonio arquitectónico, y ayudarle al Estado eficazmente a cumplir lo que es ley?
Pienso que existe una interesante alternativa que en otras épocas dio excelentes resultados. Me refiero a la participación de la comunidad a través de una ONG dinámica que en Manizales, en otras épocas, se denominó civismo. Hablamos de civismo y automáticamente pensamos en donar dinero con un fin noble, lo que solo es una parte de la alternativa. El nuevo civismo propone la siguiente figura: la comunidad gestionando los proyectos ante el estado social de derecho involucrándose en la ejecución de la obra. El recurso que aporta la sociedad civil es moral, en contrapeso al aporte pecuniario que da el Estado. Esto con el fin de construir una nueva civilidad en estos tiempos calamitosos, urgidos de un nuevo y verdadero liderazgo.