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¿Bolívar quiso suicidarse? Opinión 2011-04-14 00 César Montoya Ocampo



opinion
Es el suicidio un tema para expertos. Sin embargo, los neófitos reclamamos el derecho de abordarlo con audacias conceptuales.
Se dice que todo suicida es un desquiciado, víctima de inesperados e invencibles impulsos que lo conducen a la autoeliminación. Súbitamente lo asalta el propósito de morir, incapaz de resistir a ese llamado de la muerte. No delibera. Su determinación vesánica surge en un instante fatal de alienaciones momentáneas.
Son múltiples las causas del suicidio. Para los fines de este artículo, podrían darse infinidad de explicaciones. Don Simón Bolívar fue un personaje universal, presionado por las circunstancias (¡ah las circunstancias!) que lo trasladaban de la exultación al abandono, de las multitudes ululantes a la ruindad agresiva de sus detractores. El pincel literario de García Márquez nos dejó para la historia de la infamia humana, el último viaje del Libertador en un arruinado velero por las aguas turbias del Río Magdalena. Acompañado por su fiel escudero José Palacios, Bolívar, convertido por la ingratitud en un harapo de dolor, desde las barandas del bergantín, contempló, por última vez, el rostro indio de los habitantes ribereños, escuchó los sonidos tristes de su folclor monótono y se despidió, para siempre, de la tierra que él había redimido con sus gestas legendarias. En la villa de San Pedro Alejandrino, negros crespones cubrieron los despojos de este hombre matrimoniado con la inmortalidad.
A don Simón lo acorralaban las ciclotimias. Era inestable en sus juicios de valor y en conceptos ambivalentes sobre sí mismo o sobre sus compañeros de ruta. El suyo era un temple tornadizo.
Sus cartas son el breviario de sus altibajos anímicos. Veamos: En 1821 escribió: "… cada día me siento con más repugnancia por el mando". En 1824: "… no quiero ver a nadie, no quiero comer con nadie, la presencia de un hombre me mortifica; vivo en medio de unos árboles de este miserable lugar de las costas del Perú; en fin, me he vuelto un misántropo de la noche a la mañana". "No quiero más glorias; no quiero más poder". "Yo no quiero nada para mí; nada, absolutamente nada". En 1826: "Yo aborrezco la autoridad". "Estoy cansado de mandar... no quiero mandar más". "Tengo un desaliento mortal y un desgano de mandar en Colombia". "No quiero más autoridad pública". "No quiero mandar más, no, no, no, no". 1827: "No quiero seguir más en los negocios públicos". "Mas aborrezco el mando que la muerte". Las citas anteriores muestran un Bolívar cansado, con un espíritu en fatiga, contrario a su imagen universalmente aclamada.
Es palpable
la versatilidad de sus sentimientos. Tuvo confianza y devoción por Santander. Más tarde volcó su alejamiento en agrios términos. En 1823, expresa: "… dejo a Santander que es otro yo, quizás mejor que yo". Dice sobre Santander y Sucre: "Dichosos ellos que están ahora en la edad de la esperanza". "La gloria de Santander y la de Sucre son inmensas". "Santander es el hombre de las leyes". En 1827, recoge las palabras y clava un arponazo: "Santander es mi mayor enemigo y yo he roto enteramente con él". "En vano se esforzará Santander en perseguirme". "Santander a la cabeza de los granadinos ha puesto en acción todas las rivalidades locales para destruirme". La fuerza agresiva de su temperamento quedó plasmada en frase lapidaria: "Soy terrible con aquellos que me ofenden".
Analizado el lenguaje del Libertador se puede deducir que era capaz de todo. Noble y rencoroso, amigo y feroz adversario, equilibrado y exorbitante, obsesivo pero no extraño a los heroísmos.
Conocido su talante, Indalecio Liévano Aguirre en su obra sencillamente extraordinaria, "Los Grandes Conflictos Sociales y Económicos de Nuestra Historia", narra cómo, en dos ocasiones, don Simón Bolívar pensó en el suicidio. El héroe se encontraba en transitoria desventura, y en su desespero le escribe el 30 de octubre de 1815 estas palabras a Masxwel Hislop: "Obligado por la más absoluta necesidad, me tomo la libertad de molestar la atención de Ud. confiando en las ofertas generosas que a nombre de Ud, me ha hecho nuestro amigo común el difunto general Roberson y Mr Chamberlaine. Ya no tengo un duro: ya he vendido la poca plata que traje. No me lisonjea otra esperanza que la que me inspira el favor. Sin él, la desesperación me forzará a terminar mis días de un modo violento, a fin de evitar la cruel humillación de implorar de hombres más insensibles que su oro mismo. Si Ud no me concede la protección que necesito para conservar mi triste vida, estoy resuelto a no solicitar la benevolencia de nadie, pues es preferible la muerte a una existencia tan poco honrosa".
Perseguido por las fuerzas de Morales y en desbandada sus soldados, expresó el Libertador: "Iba a darme un pistoletazo".
Las súbitas noticias sobre los descalabros de sus ejércitos, debían repercutir con la intensidad de un rayo destructor. Bolívar no era una piedra insensible, sino un guerrero que, como Napoleón, lo derribaban transitoriamente los infortunios. Como respuesta a esos inesperados abatimientos, pensaba en su autodestrucción. Eran generosos los móviles que lo conducían a tales desequilibrios. Al presentir su intemporalidad, cuidaba de su gloria. La sorpresa de los desenlaces negativos, lo excitaban hasta llegar a la momentánea y pasajera decisión de cercenar su vida.