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Jóvenes sin control, ciudad sin autoridad * Opinión 2011-03-06 00



opinion
Quizás el paso de los años, en medio de una veloz y avasallante modernidad que apenas nos permite medio conocer, manejar y entender la tecnología, me esté llevando a posiciones arbitrarias en cuanto a la aceptación del mundo de los jóvenes de hoy. Eso puede suceder, además, cuando uno es padre de familia y ha asumido con plena convicción la responsabilidad de tratar de educar a los hijos en una sociedad cada vez más corrupta, insensible, mentirosa y desvertebrada.
Lo que resulta inaceptable, independiente de que esa sea la realidad, es que muchos padres de hoy, al margen de sus dificultades por falta de tiempo ante compromisos laborales, sociales y deportivos, entre muchos otros asuntos, se olviden de la obligación de velar por el buen comportamiento de los suyos, dejándolos a la suerte de la calle, llena de gente mala y de impredecibles peligros.
Por eso el grotesco espectáculo de hace una semana (viernes en la noche) en el sector de Milán, a menos de una cuadra del Batallón Ayacucho, en plena vía pública, donde se registró una batalla campal entre un nutrido grupo de muchachitos que por sus rostros era fácil deducir que estaban entre los 13 años y los 17 o 18 años, da para pensar que esto definitivamente se les salió de las manos a los padres, pero también a las autoridades.
Ese día, sobre las ocho y media de la noche, centenares de menores de edad, hombres y mujeres, mezclados entre algunos ya mayores y en medio de la ensordecedora música electrónica de una coctelería, que contamina con ese ruido sin control hasta las 2 de la madrugada, observaban muchos de ellos sin mayor preocupación cómo un grupo de 20 a 30 muchachos paralizaban el tráfico automotor al corretear primero y después moler a puños y patadas a tres o cuatro adolescentes que trataron de huir infructuosamente del sitio.
Quizás para muchos suene normal que los jóvenes se trencen en peleas para dirimir diferencias propias de ellos, pero para mí no lo es, muchos menos cuando se ve a adolescentes en estado de alicoramiento y transformados como por efectos de alguna droga amenazando con aparentes armas de fuego, como vía uno que le apuntaba al rostro ensangrentado de otro, al mejor estilo de una de esas películas de pandillas que tanto presentan en la televisión. Se trataba de jóvenes todos de buena presentación personal, acompañados de angelicales adolescentes algunas de las cuales los esperaban en costosos carros.
Frente a tan dramática situación (por lo menos para mí lo es y lo será) nos comunicamos de inmediato con el 123 para solicitar reacción policial y buscar detener lo que parecía un linchamiento, pero nos llevamos la sorpresa de que el oficial de turno en el teléfono no reaccionaba si no le daba la dirección exacta del problema. No valió decirle que era en Milán, en el sector de la sede de Une y donde quedaba el restaurante Cuezzo. Quise ir a tratar de contener a los enfurecidos adolescentes y parar la golpiza, pero fui detenido con el argumento cierto de mi familia de que podría salir herido pues las personas borrachas y drogadas ni están en capacidad de medir las consecuencias de sus actos.
Lo que vi me generó una enorme preocupación pues si eso sucede en un sector aparentemente bueno y que es frecuentado por gente aparentemente buena, no tendrían que pasar cosas tan lamentablemente grotescas, en las que queda en evidencia el debilitamiento social y la autodestrucción de la juventud. ¿Cómo será entonces lo que se vive en sectores tan deprimidos y críticos como los barrios de las comunas San José y de la Ciudadela del Norte, para mencionar sólo dos casos?
Que algo muy grave está pasando, es cierto, y eso lo sabemos todos y lo conoce la autoridad, pero lo que se hace para tratar de remediarlo, o por lo menos frenarlo, son solo paños de agua tibia que detienen los males al mejor estilo de una represa la que en cualquier momento se rompe llevándose por delante todo y sin posibilidad de reaccionar de manera efectiva.
En esta triste realidad de descomposición social hay tanta culpa de las autoridades, que no hacen lo suficiente para detener los males ni aplican las medidas correctivas, como de la familia, que se olvida de controlar con el ejemplo y la disciplina a sus hijos. Y saber que son los miles los casos en que por la falta de reacción y de aplicación de medidas legales como la ley zanahoria para los jóvenes o la prohibición de ingerir bebidas embriagantes en la calle, al igual que un no o el acompañamiento de un padre a su hijo, se pueden evitar condenas y muertes de tanta gente inocente.
¿Cuándo nos daremos cuenta de que en el fortalecimiento de la educación integral, de la cultura y de los valores y la ética puede estar parte de la solución de muchos de los males que hoy nos aquejan? Que Dios nos asista.